Desde hace un tiempo, y de forma especial en las últimas semanas, hablo mucho con las personas a las que acompaño de la importancia de la meditación.
Inicialmente todas me transmiten prácticamente la misma idea: “pero eso es dejar la mente en blanco, ¿no? eso a mi no se me da bien», o «yo no soy capaz de hacerlo!”
Quizá es a raíz de esta situación por la que hoy me he animado a escribir sobre este tema, o quizá porque considero que con toda la realidad que estamos viviendo es más importante si cabe, darse tiempo para el autocuidado y el descanso mental y físico.
Meditar no implica poner la mente en blanco, no significa dejar de pensar, no pasa por anular los pensamientos invasivos de forma obligada, ni tampoco visualizar una pared blanca…, me gustaría presentar el acto de meditar como algo que es mucho más simple, práctico y productivo, y alejar la creencia más habitual de interpretarla como una acción con halos de espiritualidad y no útil para cualquiera; meditar no es más que centrar el foco atencional, es decir, dirigir la atención, hacernos cargo de ella.
La meditación es una práctica que nos aporta relajación porque nos ayuda a situar la atención en lo esencial. La atención se define como la función cerebral que tiene por finalidad seleccionar, entre muchos, un estímulo sensorial que sirva para realizar una acción (ya sea un proceso mental o que implique movimiento físico) en función de la observación de necesidad, es decir, está influido por la emoción. Generalmente tiene carácter adaptativo y nos sirve para potenciar las reacciones necesarias para sobrevivir.
Aunque diariamente nuestro sistema reticular capta información general por diferentes vías, cuando atendemos a un estímulo específico es complejo prestar atención de forma voluntaria, o al menos no en la misma cantidad, a otro que está ocurriendo al mismo tiempo, por eso nuestras experiencias (y en definitiva nuestros recuerdos) se relacionan directamente con nuestro foco principal de atención y la guía que ayuda en la elección del foco es la emoción. Lo que nos emociona atrae nuestra atención, pero para llegar a emocionarnos necesitamos haber estado atent@s.
De forma espontánea, las emociones negativas aprovechan para ponerse al frente de nuestra mente y llevar nuestra concentración hacia objetivos poco operativos, por eso cuando sentimos una respuesta de ansiedad, en la que nuestro cuerpo está reaccionando ante la señal de alerta que le deriva el cerebro, la agitación y activación que ocurre a nivel físico y el elevado nivel de energía que necesitan nuestros músculos ante la inminente gestión de huida que parece presentársele, nuestra capacidad atencional se ve deteriorada.
Como el plano al que concedemos más atención se hace más vistoso y solapa al nivel menos percibido es obvio deducir que hay fragmentos que estarán más presentes en nuestra mente frente a otros que menos, la cuestión es:
¿Enfocamos correctamente la atención?
Ahí entra en juego la importancia de la meditación, porque necesita conjugar consciencia y emoción. Se trata de sentarse y deliberadamente atender a nuestra respiración, a nuestro cuerpo, a la tensión o no que vayamos sintiendo en él, para desviar la vigilancia hacia estímulos que nos reporten calma.
A pesar de todas estas explicaciones, entiendo que resulte complejo conseguir que la observación voluntaria se centre en algo que invite a la paz cuando nuestra mente y cuerpo están rebosando agitación, por eso, os voy a dejar algunas pequeñas pautas que podéis practicar para utilizar en momentos donde percibáis que es necesaria una pausa. Quizá en esta actualidad a la que nos toca enfrentarnos, con incertidumbre que parece perpetuarse, sea una de las etapas más idóneas para comenzar a entrenar la capacidad de meditar, es decir, de redirigir la atención, aunque no os lo creáis, ¡es posible!
- El tiempo: Márcate un objetivo diario de unos 5 o 10 minutos. Para empezar será suficiente, después vete aumentando a tu medida.
- El lugar: Busca un sitio que no sea muy ajetreado, y quizá lo mejor sea que comiences en solitario.
- La postura: Da igual sentad@ que acostad@, solo es necesario que te sientas cómod@.
- Ojo a la barriga: Percibe que la respiración que estás haciendo sea abdominal, es decir, que tu barriga suba y baje. Si estás acostado puedes poner un libro encima y observar como hace el movimiento; si estás sentado y apoyas una mano serás ya consciente. Respira con naturalidad e intercala alguna respiración profunda.
- Visualización del espejo: Una forma útil de poder concentrarse cuando se dispersa la atención de la respiración consiste en cerrar los ojos e imaginarse a uno/a mismo/a delante del espejo; obsérvate mentalmente y fíjate en cada detalle.
- Punto fijo: Si todavía te sigue costando que el foco atencional te invite a la calma puedes probar a mirar a un punto fijo o a la llama de una vela por ejemplo, y progresivamente vete cerrando los ojos y manteniendo la imagen en tu mente.
A pesar de todo es posible que os cueste realizar una meditación las primeras veces e os descubráis pensando en aspectos externos a los que os llevó a esa posición, pero no pasa nada; es lógico que el pensamiento continúe su ritmo porque es su tendencia más habitual (recuerda lo que hablábamos hace un tiempo sobre la mente de mono) para poder dirigir la atención necesitamos entrenamiento, como para integrar cualquier otra actividad diaria;)
Confío en que os sirva, y si pese a todo vuestra mente está en un momento de pensamiento/s altamente intrusivo/s sería de interés que contactéis con un/a profesional de la psicología y también que estéis atentos/as al siguiente artículo, pues os daré algún truquito para tratar de ser más dueños/as de la mente.
¡A practicar!
Un comentario en «Meditar yo?…El arte de dirigir la atención.»